Texto original por Emmanuel Mauleón
Traducción al español por Ana Larrea


Siéntete feliz por el simple hecho de haber tenido un buen día de trabajo, de haber iluminado la niebla que nos rodea.
– Henri Matisse



Blanca Guerrero, cuando pinta, parece que hace equilibrio, con mucho cuidado, entre la superficie del lienzo y lo que podría haber justo debajo. En toda su nueva obra pide al espectador, una y otra vez, que cambie de punto de vista, le propone que se adentre en escenarios imposibles: entre las fibras de un finísimo papel, o guarecidos en las marcas que quedan tras haber lijado varias capas de pintura. Y luego, una vez ahí, le insiste que se quede.

Esta segunda exposición individual se gestó como reacción a I Sink into the Blue / Me sumerjo en el azul, su primera exposición organizada al final de dos meses de residencia en la ciudad de Kofu, en el distrito de Yamanashi, en Japón. Las pinturas expuestas entonces evocaban el profundo azul del paisaje, configurado en formas rígidas de aljibes, albercas y estanques reflectantes.

Sumergirse, de nuevo, parte de ahí. Vamos aprendiendo, con la observación de las obras, lo que Guerrero mantiene de las antiguas -los collage de papel japonés, los fondos tenues, las múltiples capas de pigmento lavado- y también lo que ha descartado. Las nuevas pinturas reflejan entornos distintos: rodeados por el paisaje industrial del canal de Gowanus, visible desde la ventana de su estudio; inmersos en un momento sociopolítico en el que la tranquilidad y el sosiego del pasado se han desvanecido, donde los límites perfectamente trazados han dado paso a zonas grises; y todo esto en un momento de nueva búsqueda personal.

Atrás quedan las manchas de color intenso y saturado de sus obras pasadas (sin duda una decisión arriesgada para una artista que sabe cuánto gustan al público). En su lugar, Guerrero da muestra de confianza renovada al redirigir la mirada del espectador hacia gestos más hipnóticos. Su gama de colores está mucho más controlada, es más limitada. Se aparta de la geometría que con tanta habilidad utilizaba para delimitar sus formas, que enmarcaba los “temas” dentro de sus pinturas. En su lugar, solicita que confiemos en ella, nos pide escrutar una superficie con menos puntos de referencia hacia los que dirigir la mirada. Ha creado con gran habilidad accesos a espacios a los que resulta difícil llegar, que requieren un público paciente y atento.



El conjunto logrado se centra de igual manera en el proceso y en los resultados, como se demuestra en Niebla, M I (Figura 1). La técnica mixta del cuadro consta de papel japonés en cuya superficie Guerrero ha arrastrado y aplastado la pintura, hasta que el pigmento queda absorbido en las fibras del papel, y que luego pega boca abajo en el lienzo, ocultando así las marcas que ha conseguido en el proceso. El resultado deseado, sin embargo, es atraer la atención hacia cada una de esas fibras, que emergen como suaves nubes que se dispersan en un fondo de tenues manchas tintadas.

De esta forma, haciéndose eco del título de la exposición, Guerrero renuncia al control. La orden “sumérgete en el azul” se convierte en, simplemente, “sumergirse”.

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Muchos pintores hablan de aspirar a un estado de evasión mental en el estudio, de entrar en un proceso meditativo en el que la mente desconecta y las decisiones parecen tomarse automáticamente. Pero el concepto de “meditación” puede convertirse en uno de esos cajones de sastre sin sentido que fluctúa entre los matices de los trazos repetitivos de Agnes Martin y las aplicaciones de autoayuda estilo new age que se anuncian en los andenes del metro o en cuñas publicitarias insertadas en tus podcasts favoritos.

Guerrero evita este planteamiento reduccionista. Reconoce que el deseo de meditar puede en sí mismo producir ansiedad, e incorpora esta tensión en sus obras. La inmersión puede ser meditativa, sí, pero también hipnótica, y eso implica perder el control. Puede expresar un cambio depresivo, nos puede sorprender sumidos en nuestra soledad más absoluta. Pero cuando nos sumergimos también vamos a lo más profundo, hasta llegar a una profundidad en la que se alcanza un estado boyante. Tenemos una sensación de quietud, de flotación, rodeados de una densidad que asemeja la composición física y mental del cuerpo. Las nuevas obras de Guerrero trascienden límites claramente definidos y abren el camino a lugares más profundos.

La fotografía de Guerrero (presentada aquí) ofrece a su público una ventana desde la que comprender mejor sus cuadros. Guerrero entiende que la fotografía es, a la fuerza, figurativa, y lo utiliza en beneficio propio. Los tonos, las formas, las texturas que se captan se forman con la luz que emana de una escena real. Es un pacto tácito con el espectador: yo dirijo tu mirada, elijo el encuadre, y tú verás el mundo como yo lo veo.

La fotografía nos permite detener el tiempo. Es una de las ventajas de las instantáneas -unos amigos inmóviles frente a un pastel de cumpleaños, riendo a carcajadas. De esta forma, la fotografía nos permite habitar en la memoria. Guerrero, sin embargo, no utiliza la fotografía como forma de preservar lo que uno generalmente quisiera recordar de una escena, la utiliza para redirigir la mirada: acostumbra al espectador a fijarse en lo que se suele pasar por alto. Le pide recalibrar el nervio óptico, el centro de atención:

Aquí hay un montón de escombros de cemento. El gris no es gris, es marrón, amarillo, un color calizo cremoso como el ocaso, blanco, azul, verde y morado.

Aquí ves un pegote de masilla. Los churretes blancos no son nada más que brochazos.

El encuadre es clave en las fotografías de Guerrero, que están ampliadas para que pongamos más atención, extraído todo referente contextual con el fin de que la forma, la luz y la textura puedan dominar sobre el contorno y el entendimiento. En ellas expresa su veneración por el mundo natural y cómo lo imitan los humanos, y admira los detalles al abstraer todo significado.

A través del objetivo de Guerrero, unos escombros son pintura procesual. Unas montañas de arena son una acumulación de polvo de tiza de pastel. Unas dunas y acantilados erosionados se convierten en motas de pintura. Nos pregunta: ¿es posible, en la imagen de un paisaje que capte cielo o agua, ver algo que no sea una abstracción? ¿hay alguna parte del cielo o del agua que no esté definida por sus límites?



En la página siguiente podemos ver la conexión entre las fotografías y las pinturas. Si se compara Niebla, S I (Figura 2) con la foto de agua (Figura 3), vemos cómo, al colmar el encuadre, o sugerir un borde muy sutilmente, el agua se convierte en arena, y luego en pliegues violáceos que se difuminan en los bordes. Unas sendas bien trilladas que enfilan la cima de una colina oscura se convierten de pronto en una paletada de pintura, que desenfoca la perfilada topografía.

Las fotos y las pinturas se complementan, y se hablan. Si las miro rápidamente, pasando de una a otra, me imagino a la artista dedicada a su trabajo, refinando su oficio -no solo aplicando pintura y afinando la técnica, sino también aplicada en el oficio mucho más arduo de mirar, de ver, y de establecer un punto de vista.

El resultado es un truco de magia. Guerrero no ha incluido sus fotografías para pedir al observador algo obvio: mira mis pinturas y verás un paisaje. No, estas pinturas exigen al observador que vuelva a mirar el paisaje y perciba los trazos en él delineados. Lo que podría ser fortuito es intencional. La luz sobre una pared extrae sombras de las imperfecciones del hormigón en un muro en el que se aprecian tanto las divisiones como el encofrado. Unas briznas de hierba son trazos de lápiz sobre un camino de tierra gastado por las rodadas de los coches. Las olas sobre la arena son un acertijo, y el observador tiene que adivinar dónde está la superficie del agua.

Irónicamente, las pinturas de Sumergirse, de nuevo son muy difíciles de fotografiar, de la misma forma que la niebla, cuando la iluminas, se convierte en una superficie plana. Se trata de pinturas que definitivamente no se pueden ver pasándolas en una pequeña pantalla. Están casi ingeniadas para confundir a los algoritmos, que se optimizan para presentar contraste y claridad, para minimizar ruido y grano, y reducen las imágenes a píxeles planos y retroiluminados agradablemente hacia el azul. Estos algoritmos no saben de sutilezas: es difícil categorizar, indizar y vender a los anunciantes (no hay más que imaginarse al equipo de ventas de Instagram devanándose los sesos para descifrar etiquetas como #azulgris #grismásazulado #grisalgomenosazulado para sus recomendaciones de pasta de dientes o prendas de abrigo).

Durante varios años he seguido la trayectoria de Guerrero desde la distancia, en fotos digitales e imágenes adjuntadas en emails y mensajes de texto, y fue toda una experiencia volver a ver su obra en persona. Si bien he observado cómo pinta, cuando miro las superficies de esta colección de pinturas, me las imagino como actos de descubrimiento, como arrastrar una esponja húmeda por encima de la pintura, con ligeros toques para retirar capas de color como si de polvo acumulado se tratara, que se limpia con suma precisión. Por eso no se puede ver su obra en un medio digital e instantáneo, en el que no se pueden apreciar las profundidades del delicado toque de la artista.

Ahora una pausa para referirme a lo obvio: Guerrero es una mujer menuda, y describir su obra como “delicada” implica un sesgo cargado de las expectativas sexistas del término.

En efecto, sería facilón describir estas pinturas como delicadas, término que demasiado a menudo se usa como sinónimo de “femenino”. Pero es cierto, la obra es delicada de una “forma femenina”, en la medida en que femenina expresa trabajo duro sin los correspondientes elogios. Cualquiera que haya pintado en algún momento de su vida sabe que el toque delicado se consigue con habilidad y también poniendo cuidado. La delicadeza es táctil, en tanto en cuanto exige el estímulo de los sentidos, lo cual pide mayor atención. Tal vez no sea en vano que, como sustantivo, el término (delicadeza) tenga connotaciones de refinada experiencia sensorial. El toque delicado tiene que practicarse y dominarse.

Guerrero se basa en este toque refinado y delicado para invocar imágenes difíciles, no por sus detalles finamente elaborados o su realismo fotográfico. Más bien se inspira en las primeras marcas que deja la lluvia en el pavimento, resaltando un reflejo aceitoso. Todo esto es involuntario, inacabado e indefinido. Es difícil recrear lo involuntario y fortuito. La buena pintura, por mucho que digan, no es producto del azar. Si bien es cierto que hay algo de casual, los verdaderos pintores reconocerán que las casualidades hay que crearlas. Podemos seleccionar los medios e instrumentos para crear las imperfecciones según el control que estemos dispuestos a perder, y una vez que se produce el accidente, lo arreglamos, jugamos con él y nos volvemos minuciosos.

Guerrero utiliza estas decisiones para guiarnos por aguadas, manchas opacas y bordes difusos, todo mezclado entre lo que parecen pinceladas más gruesas y apresuradas, como indicios de actividad impulsiva. Algunas marcas son producto de accidentes genuinos, algunas, fabricadas con meticulosidad; en esta tensión, en medio de la solemnidad de las obras, subyace un humor chispeante. En los lienzos de Sumergirse, de nuevo se capta la nieve estática, el descuido, el desconocimiento, el ruido, la textura. Hay que verlos, o esforzarse para verlos, al natural si se quiere apreciar la precisión con la que Guerrero ha plasmado la niebla que nos rodea a todos.

— EM




To Sink, Revisited. 2019.
Sumergirse, de nuevo. 2019.
86 pages. Edition of 175.

Texto - Emmanuel Mauleón
Traducción al español - Ana Larrea
Fotografía y diseño - Blanca Guerrero
© BGL 2024